El cine y yo
Hace mucho que no voy al cine. Demasiado. Pienso esto y miro la cartelera. Ahí tengo el porqué. Claro, no encuentro ninguna pelícua que me llame la atención. Argumentos a favor: el martes, día de navidad, intenté ver El código Da Vinci. Aguanté media hora. En la película, en realidad, no pasaba gran cosa. La acción estaba todo el rato contada y había ocurrido todo hacía casi dos milenios. Me di cuenta de que era ese tipo de películas que en la sala de montaje quedan aburridas, insoportables, y luego allí se le trata de dar una vuelta de tuerca a ver si la mejoran un poco. No lo consiguieron. Lo que sí hicieron con la película fue gastarse una millonada en su promoción y claro, el resto lo hizo el medio mundo que había leído el librito de marras. Me alegré porque no fui al cine a verla y a dejarme siete euros en semejante catástrofe. Miro otra vez la cartelera. Diecisiete desastres y todas dobladas al castellano. Así no hay manera.
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