martes, octubre 30, 2007

Taxis

Puede ser que la última que la viera ella subía a un taxi. Era de noche y no hacía frío. El aire estaba parado. Y yo también. Delante de otro taxi me forcé a subir a él. Las palabras quedaron en ese aire que no existía. Ahora lo recuerdo bien. Ella también se paró. Cogió su teléfono y yo también. Fue un mensaje lo que atravesó ese aire. No podíamos más. Ella caminaba erguida pero despistada. Como siempre. Estaba segura de andar, pero yo no quería saber adónde. Quizá estaba asustado. Aún lo estoy... Llevaba algo atado a su cuello blanco. Bebimos, quizá, más de la cuenta y queríamos abrazarnos, pero el aire se había ido. El humo del tabaco, el bar, las conversaciones diagonales, ... Todo era perfecto para un abrazo, un beso, una caricia, pero el amor fue imposible. El deseo se quedó allí, detrás de una barra, entre unas sillas mal colocadas. En una calle que subía, nosotros decidimos bajar... El museo del Prado, en obras, fue testigo de lo que no fue.
Lo fácil no fue subirse al taxi, lo fácil fue elegir el que no era.

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