El mando a distancia
Aprieto el botón y la puerta irremisiblemente se cierra. Bajo por la calle y siempre me la encuentro. Con el cutis perfecto y la mirada concentrada, lleva un chaleco reflectante, aunque la luz del sol ya lo ilumina todo. Lleva la cabeza gacha y escudriña cada rincón como si fuera el último. No oye música, quizá le basta con tener los ojos ocupados. Hago el stop y la miro, nunca la encuentro. Diría que es un fantasma, pero tiene sombra. Dudo entonces. La carretera sigue igual de negra y ella desaparece en el retrovisor. Hasta mañana, le digo. No tengo respuesta. No me importa. Estará allí mañana esquivándome.
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