viernes, septiembre 18, 2009

El suelo moral

WALL STREET, La función continúa
Por JENNY ANDERSON
Tras el hundimiento financiero, se culpó en buena medida a las inversiones exóticas ideadas por Wall Street. No eran sólo los activos hipotecarios subprime, sino toda una gama de productos —derivados de crédito, vehículos de inversión estructurada, obligaciones de deuda con garantía multilateral— que resultaron mucho más arriesgados de lo previsto. La debacle dio mala fama a la prestidigitación financiera, pero no en Wall Street. Cuando Washington todavía debate la reglamentación financiera, los banqueros están
fraguando nuevos productos. Además de titulizar “acuerdos de vida” —la conversión de transacciones de seguros de vida en bonos de inversión—, algunos bancos están reestructurando activos que experimentan pérdidas en activos de mejor calificación, denominados re-remics (acrónimo de re-securitization of real estate mortgage investment conduits o bursatilización de los vehículos de inversión de bienes raíces de la hipoteca).
Morgan Stanley afirma que este año se han ganado al menos 30.000 millones de dólares en re-remics residenciales. “Nuestros teléfonos no paran de sonar con preguntas al respecto”, señala Kathleen Tillwitz, subdirectora de DBRS, que se encar-ga de otorgar calificaciones de riesgo a las inversiones y está revisando nueve propuestas de titulizaciones de seguros de vida de Credit Suisse y otros. “Esperamos una estampida tras la primera oferta”, declaró un banquero de inversión. Pero algunos están decepcionados por la rápida vuelta de Wall Street a los viejos métodos, a la caza de beneficios con productos nuevos y complicados. “Es agridulce”, comenta James D. Cox, catedrático de derecho empresarial y de valores en la Duke University de Carolina del Norte. “La parte dulce es que hay inversores interesados en estos productos exóticos creados por reaseguradoras que ganan enormes comisiones y agencias de calificación que después cobran por conceder calificaciones. La agria es que supone una vuelta a los viejos tiempos”. Los banqueros planean comprar seguros de vida en metálico (400.000 dólares por una póliza de un millón, por ejemplo, dependiendo de la esperanza de vida de la persona asegurada, que a menudo es mayor o está enferma). Después planean “titulizar” estas pólizas, en jerga de Wall Street, reuniendo cientos o miles de ellas en forma de bonos. Más tarde los revenderán como grandes fondos de pensiones a inversores, que recibirán el pago cuando los asegurados fallezcan. Cuanto antes mueran los asegurados, mayor el beneficio, aunque si éstos viven más de lo esperado, los inversores podrían obtener un rendimiento bajo o incluso perder dinero. En cualquier caso, Wall Street se beneficiaría al embolsar unas comisiones considerables por crear los bonos, revenderlos y posteriormente negociar con ellos.
Pero lo que es bueno para Wall Street podría ser malo para el sector asegurador, y quizá también para los clientes. En el caso de los acuerdos de vida se debe a que a menudo los titulares de las pólizas dejan que su seguro de vida caduque antes de morir por diversas razones, como que los hijos crecen y ya no necesitan la protección económica, o que las primas se encarecen mucho. Cuando eso ocurre, la aseguradora no tiene que efectuar desembolso alguno. Pero si una póliza se compra y se convierte en un activo, los inversores seguirán pagando primas que podrían haber sido abandonadas; a consecuencia de ello, se mantendrán en vigencia más pólizas, lo cual supondrá, con el tiempo, más desembolsos y menos dinero para las compañías aseguradoras.
“Cuando establecieron sus primas, lo hicieron basándose en suposiciones erróneas”, explica Neil A. Doherty, catedrático de Wharton que ha estudiado los acuerdos de vida. De hecho, Doherty afirma que en reacción a la titulización generalizada es probable que las aseguradoras tengan que subir las primas . Los detractores de los acuerdos de vida creen que “esto anula la idea de lo que supuestamente debe ser un seguro de vida”, en palabras de Steven Weisbart, subdirectory economista jefe del Insurance Information Institute . “No es un producto inversor, es una apuesta”.
Sin freno, Wall Street sigue adelante por una sencilla razón: dado que en EE UU hay seguros de vi- da vigentes por un valor total de 26 billones de dólares, el mercado podría ser enorme. No a todos los asegurados les interesaría vender, por supuesto. Y a los inversores no les interesan las pólizas de personas sanas porque tendrían que pagar las primas durante demasiado tiempo, reduciendo la rentabilidad de la inversión. Pero aunque sólo venda su póliza una pequeña fracción de los asegurados, algunos trabajadores del sector predicen que el mercado podría alcanzar los 500.000 millones de dólares. De hecho, Credit Suisse está creando una cadena de montaje financiera para comprar gran cantidad de seguros de vida, reunirlos y revenderlos, al igual que hicieron las empresas de Wall Street con los títulos subprime. Goldman Sachs ha desarrollado un índice negociable de acuerdos de vida, que permite a los inversores apostar a que las persona vivirán más de lo esperado o morirán antes de lo planeado.
Credit Suisse y Goldman declina hacer comentarios.
Si Wall Street tiene éxito en la titulización de las pólizas de seguros de vida, asumirá un negocio controvertido que lleva décadas funcionando a menor escala y lo aumentará drásticamente. El sector está plagado de reclamaciones por estafa.
En abril, Stephan Leimberg, coautor de un libro sobre los acuerdos de vida, afirmaba ante un Comité Especial del Senado sobre la Vejez: “Los depredadores del mercado de los acuerdos de vida tienen el motivo, los medios y, si los legisladores, los reguladores o su propia comunidad no los controlan, la oportunidad de aprovecharse de los ancianos”.

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